Revista con la A

25 de enero de 2017
Número coordinado por:
Lucía Melgar
49

¿Qué presente y futuro para las niñas?

El cine infantil y las construcciones de género

Adriana Bernal

Del colectivo creador a la individualidad del espectador hay un proceso que, al compaginarse, genera una segunda narrativa tamizada por la interpretación de aquello que se mira, observa e interpreta

El cine es una industria relativamente joven. Hablamos de apenas 117 años. En cada una de sus exploraciones pareciera que hay un acuerdo tácito entre creador y espectador de dejarse sorprender. El vínculo con las historias que nos muestra la “pantalla grande” tiene una muy particular dinámica de relación donde el otro con el que se interactúa es una amalgama de personalidades que confluyen. Del colectivo creador a la individualidad del espectador hay un proceso que, al compaginarse, genera una segunda narrativa tamizada por la interpretación de aquello que se mira, observa e interpreta. De ahí la magia pero también las disonancias.

Más allá del producto final, llámese éste corto, medio o largometraje, lo que la pantalla grande nos entrega es un combinado narrativo que tiene, desde su colectivo creador, un particular discurso. Las narrativas dentro del discurso es lo que lo hacen, a final de cuentas, un relato único dotándolo de especialidades que van desde entrañable hasta inocuo, para decirlo de manera agradable.

El cine tiene un doble o triple sesgo en la construcción del pensar en cada sociedad y genera pensamiento abstracto a mayor velocidad

Sin embargo, a diferencia de las narrativas de ficción y no ficción escritas en papel, el cine tiene un doble o triple sesgo en la construcción del pensar en cada sociedad y genera pensamiento abstracto a mayor velocidad. Es decir, dado su espectro de largo alcance una sola historia se re-dimensiona a sí misma y sus efectos no son medibles en el corto plazo. Su efecto es inconsciente y queda ahí, en la mente de quien observa, a veinticuatro cuadros por segundo.

Ahora bien, ir hacia el subgénero “cine infantil” tendría que llevarnos forzosamente a un análisis más extenso. Pero digamos que éste podría considerarse como un “género oficial” a partir de 1937, cuando Walt Disney lleva Blanca Nieves a la pantalla en dibujos animados. Es a partir de ahí que podemos marcar un antes y un después (pues entre 1908 y 1924 hay una larga historia de pequeños cortometrajes tanto en Estados Unidos como Alemania que, más que considerarse cine infantil, se consideraban “animación”). Fue este el inicio de una larga imposición y repetición de estereotipos: las princesas y los príncipes con sus modos de relación incluidos, como expectativa e ideal amoroso; el rol de la madre en Dumbo y Bambi. La construcción del falocentrismo y la heteronorma como signos inequívocos-de éxito. Dogmas inoculados hasta la médula que, en las y los niños forma y en los y las adultas reafirma, pero transmitidos a la infancia en dibujo animado, en color y con canciones.

Si bien es cierto que hay que reconocer el intento de transformación del discurso recientemente en filmes como “Frozen” y “Valiente” no hay que dejar a un lado lo forzado del discurso, de Disney en particular, pues fueron ellos mismos a quienes, líderes en la industria del cine infantil, no les sedujo suficientemente la idea del discurso en la historia que contaban, sino que empezaron a generar productos desde y por el género. No les era suficiente películas estereotipadas, ahora había que dividirlas en películas para niñas y películas para niños.

El cine, los productos fílmicos occidentales, especialmente los estadounidenses (y por consecuencia los que más alto consumo tienen en México) son, quizá, los que necesitan más revisión. La crítica, la prensa cotidiana, poco se ocupa de los temas transversales. Poco se detienen en el análisis de las subtramas y es ahí donde el estereotipo aprovecha para asirse, para enconarse y reproducirse en las acciones cotidianas.

Inútil detenerse en el cine infantil local, nacional. No es en el largometraje donde se están

de-construyendo discursos, si acaso, en animaciones y cortometrajes que, desgraciadamente, lejos están de la exhibición nacional.

Si las artes en general, y el cine en particular, no transforman su discurso sino por el contrario, si se empeñan en mantener y reforzar el engranaje heterosexista, las sociedades seguiremos con un pie en el retroceso o, por lo menos, pisando arenas movedizas. Eso implica, necesariamente, hacer hincapié en la necesidad de sensibilizar a creadores y realizadores en materia de género y que las y los especialistas en el tema volteen a los mensajes que, más allá de la sinopsis, se transmite a las y los pequeños.

¿O es que acaso vamos a seguir permitiendo, como sociedad, al consumir productos como “SING: ven y canta” (Universal Estudios, 2016) -los mismos productores y creadores, por cierto, de personajes como “los Minions” (que no por divertidos dejan de ser trabajadores explotados)- en cuya historia, una de los personajes, Rosita, una cerdita que alguna vez tuvo sueños musicales pero ahora se dedica a cuidar de su marido y sus 25 hijos, cuando intenta bailar en público no puede, por más que lo intenta, hasta que un día “se desbloquea bailando en el supermercado” y, entonces, en el gran número final, su escenografía, para que pueda bailar, es un centro de lavado y su coreografía, labores domésticas? Y este ejemplo es apenas situándolo en un solo personaje…

Hoy día ya no se trata solamente de Princesas y Príncipes. De banderas ocultas o tonos de voz. Ya no es sólo Disney; son cada una de las empresas productoras que ven en el cine infantil un gran capital. Y de cada uno de los creadores y realizadores que en ellas colaboran.

 

REFERENCIA CURRICULAR

Adriana Bernal es Licenciada en periodismo. Actualmente ejerce el periodismo cultural de manera independiente desde su página web adrianabernal.mx cuya prioridad es la entrevista, género en el que ha trabajado por más de diez años y el cual le hizo acreedora, en 2003, al Premio Nacional de Periodismo “José Pagés Llergo”.

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