Revista con la A

25 de marzo de 2015
Número coordinado por:
Bethsabé Huamán Andía y Lucía Melgar
38

Feminismos en América Latina

Editorial

Si bien el Feminismo es hijo de la Ilustración (el hijo “no querido”, según Amelia Valcárcel), en estos tres siglos de existencia (y alguno más si sumamos los conocidos como protofeminismos), y aunque a veces nos parezca que su crecimiento es lento, las distintas “olas” no sólo han conseguido -en beneficio de las mujeres y de los hombres no afectados por la misoginia y el androcentrismo de cualquier rincón del planeta- impregnar y transformar modos, usos y costumbres sociales, políticas y culturales y desarrollar estudios y epistemologías sino que, además, sus principios y valores se han extendido hasta formar parte del imaginario de las mujeres (y de algunos -pocos- hombres) desembocando en una toma de conciencia sobre sí mismas, sobre los colectivos a los que pertenecen, sobre las comunidades que habitan y sobre el papel que ellas (nosotras) desempeñan (desempeñamos) en las relaciones públicas y privadas pre-establecidas y legitimadas por el patriarcado en cada Comunidad. La pregunta sobrevenida sería ¿Y cuáles son esos principios?: evidentemente me refiero a la Emancipación, la Igualdad -entendida como garantía de respeto a la diferencia, a la diversidad-, la Libertad, la Sororidad, -complementando, así, la Fraternidad-, la Alteridad, la Paz, la Equidad, la participación pública, el cuestionamiento de los “universales”, la autoconsideración como sujeto, la potencia para tomar decisiones, el Empoderamiento, la Ética del cuidado, la genealogía femenina… entre otros muchos que ponen en cuestión los fundamentos (éstos sí universales) del patriarcado cuya esencia es el control del cuerpo (y la vida) de las mujeres para, así, controlar la línea de parentesco y perpetuar su poder y sus privilegios. Es por ello que, en numerosas sociedades diversas en sus referentes culturales, la demanda de reconocimiento de estos principios feministas, por parte de las mujeres, se ha infiltrado en su devenir dando lugar a “nuevas” propuestas catalogadas con distintas denominaciones: feminismo radical, de la igualdad, de la diferencia, decolonial, indígena, liberal, socialista, queer, periférico, comunitario, ecofeminismo…, resignificando los valores y los principios originarios, en función de su idiosincrasia, para reafirmarse en propuestas y reivindicaciones a partir de un sustrato común en el que se conjuga el ideario feminista que es enunciado en función de las diferentes prioridades personales, colectivas y culturales. He ahí la riqueza y la fuerza del feminismo pero, a su vez, su talón de Aquiles pues, como señala Carmen García en su artículo (Sociedad, 38) de este número de con la A: “… tenemos que reconocer que los caminos para los cambios tanto sociales como culturales son diversos y múltiples, que no todas transitamos por los mismos con los mismos objetivos y que aún no estamos como representantes de un discurso político, sino que somos mujeres con discursos políticos feministas que aún no estamos como representantes de un discurso político, sino que somos mujeres con discursos políticos”, siendo ésta una de las causas por las que, como afirma Bethsabé Andía (Análisis y Pensamiento, 38), el avance del feminismo, y por tanto de la emancipación de las mujeres en los distintos ámbitos y sociedades, se ralentice: Otro elemento preocupante es la creciente parcelación del movimiento feminista. Ahí donde la diversidad de actoras podría ser una fortaleza, se torna una debilidad por la inclusión en la “agenda feminista” de temas y demandas aisladas, sin puntos de confluencia y sin propuestas políticas, lo que conduce a una pérdida cada vez mayor de la capacidad contestataria y de propuesta del movimiento feminista, impidiendo que desde la diversidad se contribuya a transformar el sistema capitalista patriarcal”. Advertidas estamos. Ahora está en nuestras manos reconocer los puntos de confluencia y trabajar para encontrarnos en lo que nos une, que es mucho, enriqueciéndonos y fortaleciéndonos a partir de identificar que lo que nos separa, ¡oh, casualidades!, viene marcado por las prioridades culturales impuestas desde el patriarcado. Ya es tiempo, por tanto, de poner en último lugar de nuestras agendas lo que nos distancia a unas de otras y pasar a incorporar, como prioridades, las propuestas sostenidas por los principios feministas originarios -que son los que nos unen y dan sentido- para fortalecer al movimiento frente al “enemigo” que nos es común: el patriarcado en cualquiera de sus manifestaciones, constituyéndonos como representantes de un discurso político con el que todas nos sintamos identificadas más allá de nuestras diferencias que, sin lugar a dudas, contribuirán a enriquecernos si las respetamos, las encajamos y si aprendemos a aprender unas de las otras.

Alicia Gil Gómez

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