Revista con la A

25 de enero de 2018
Número coordinado por:
Alicia Gil Gómez
55

La paz en los conflictos. Las mujeres en los procesos de paz y negociación

Desde la guerra, en busca de la paz

Lucía Melgar

Lucía Melgar

México vive desde hace una década una guerra interna no declarada que ha afectado a millones de personas, ha provocado más de 200 mil muertos, más de 32 mil desaparecidos y más de un cuarto de millón de personas desplazadas

México vive desde hace una década una guerra interna no declarada: la “guerra contra el narco”, entre fuerzas armadas y crimen organizado o entre cárteles. Esta guerra ha afectado a millones de personas, ha provocado más de 200 mil muertos, más de 32 mil desaparecidos y más de un cuarto de millón de personas desplazadas. El conflicto armado, la extorsión, el secuestro y la delincuencia común han convertido grandes regiones del país en zonas de silencio de las que los medios hegemónicos no hablan. Hay nombres, siglas  o letras que no se pronuncian en voz alta, cosas de las que no se puede hablar. El  miedo o el sentido de sobrevivencia aconsejan callar.

Esta situación ha llevado a personas expertas en seguridad a proponer cambios radicales en la política hacia las drogas y la violencia, en particular la limpieza y profesionalización de las policías, corruptas, ineficientes e incapaces hasta ahora de llevar a cabo tareas de seguridad pública. El gobierno mexicano, no obstante, ha optado por continuar en la misma línea que inició a fines de 2006 el régimen anterior: el despliegue de las fuerzas armadas como principal agente de combate contra el crimen organizado, el remplazo de policías por soldados y marinos en tareas de seguridad pública. Además, ha reducido los presupuestos en prevención de violencia, no se ha decidido a cortar los flujos de financiamiento de los cárteles, ni a invertir en una restructuración de las policías. La violencia ha crecido y se ha extendido, arrasando con la vida cotidiana de millones de personas.

Este año, esta dinámica necropolítica amenaza con empeorar debido a la aprobación, de espaldas a la sociedad, de una Ley de Seguridad Interior (LSI) que legaliza la participación de las fuerzas armadas en tareas de seguridad pública, función contraria a los lineamientos constitucionales. El término, inexistente en leyes anteriores, y definido de manera muy ambigua en la LSI, pretende ocultar la evidente ilegalidad de este propósito. La falta de límites claros a las facultades de las fuerzas armadas y las muy vagas alusiones al debido respeto a los derechos humanos, dejan un amplio margen a la interpretación y llevan a temer el uso excesivo de la fuerza en defensa de la “seguridad”. Si bien la Comisión Nacional de Derechos Humanos se ha comprometido a interponer un recurso de inconstitucionalidad que la Suprema Corte de Justicia (Tribunal supremo) deberá resolver, el panorama es ominoso. En un año de elecciones, que de por sí se anuncia difícil, no es descabellado temer el uso de las fuerzas armadas contra posibles protestas electorales, como sucedió en Honduras y, en todo caso, es probable que aumenten las violaciones a los derechos humanos que organismos nacionales e internacionales han documentado ampliamente.

La violencia y los conflictos armados afectan a toda la población pero adquieren matices particulares y tienen efectos devastadores en las mujeres y niñas

Como sabemos, la violencia y los conflictos armados afectan a toda la población pero adquieren matices particulares y tienen efectos devastadores en las mujeres y niñas, cuyos cuerpos a menudo son vistos como botín de guerra y en quienes la dislocación de la vida cotidiana agrava la violencia machista que con frecuencia ya padecen.

En este contexto, recuperar las voces de las víctimas de la violencia que México ha sufrido en los últimos años, documentar lo que significa vivir en zonas de conflicto o en regiones dominadas por el crimen organizado, o por políticos corruptos, o por la letal combinación de ambos, es un acto de memoria fundamental. Los testimonios ya existentes deberían ser además, para gobernantes y sociedad, una advertencia contra la consecución de la estrategia de guerra, en cuanto sacan a la luz el dolor y desgarramiento que ya ha causado el conflicto. Contra los oídos sordos del gobierno o la inclinación por la mano dura de algunos sectores de la sociedad, retomar estos testimonios o ampliarlos es entonces también un trabajo ético. Esto es lo que han hecho en años recientes y en particular en 2017 las y los integrantes de Periodistas de a Pie, colectivo de periodistas independientes, dedicado a cubrir y sacar a la luz temas que los medios principales no tratan y en que los medios alternativos no siempre profundizan: los efectos del conflicto armado, la depredación de las corporaciones que impulsan megaproyectos, la odisea de las mujeres que buscan a sus familiares desaparecidos…

Conformado en gran medida por mujeres, Periodistas de a Pie le otorga gran importancia a la perspectiva y participación femenina y recupera, así, aspectos fundamentales de la historia social inmediata pues, con frecuencia, son las mujeres las agentes principales de la resistencia, de la protesta y de la búsqueda de verdad y justicia. Así lo demuestra la serie Mujeres ante la guerra, publicada en su portal electrónico en 2017, que recoge testimonios de niñas, jóvenes y mujeres de distintas regiones cuyas vidas han sido atravesadas por la violencia extrema. Como se señala en  la introducción, estas voces hablan de destrucción y sufrimiento pero también de resistencia y ganas de vivir. Como también se hace notar, muchas de las estrategias de resistencia, a las que recurren las mujeres, corresponden a labores de cuidado, a lo que podríamos considerar roles tradicionales que aquí, sin embargo, adquieren un cariz distinto en tanto que preservar la familia, la comunidad, compaginar el trabajo profesional con la labor cotidiana, significa preservar lo humano, luchar por una vida digna.

Las hijas de periodistas, defensoras y defensores de derechos humanos, de activistas que se oponen a los megaproyectos, viven a menudo en el mismo contexto sobrecargado de tensión que sus madres y sufren sus efectos

Entre los testimonios y entrevistas que conforman esta serie, hay que destacar las voces, muchas veces desoídas, de las niñas y jóvenes que son víctimas indirectas de la violencia. Las hijas de periodistas, defensoras y defensores de derechos humanos, de activistas que se oponen a los megaproyectos, viven a menudo en el mismo contexto sobrecargado de tensión que sus madres y sufren sus efectos. Algunas han perdido su infancia, a la madre que tenían antes de la guerra. En ellas hay frustración y miedo pero también admiración y respeto por el trabajo de sus madres. Muchas han enfrentado con excepcional madurez situaciones de alto riesgo y han logrado preservar la esperanza en circunstancias muy adversas.

En cuanto a las madres que enfrentan o denuncian la violencia del narco o los despojos del crimen organizado, las corporaciones o políticos corruptos, o que documentan las violaciones de derechos humanos, la guerra ha minado su presente y sus proyectos a futuro. Las periodistas, por ejemplo, saben que corren altos riesgos por el simple hecho de ejercer su profesión y querer contar la realidad. La sombra de la muerte violenta, las amenazas sobre la familia, rondan muchas de las historias aquí contadas. Muchos de sus relatos dejan clara la imposibilidad de llevar una vida “normal” y develan las formas sutiles o brutales en que la cotidianidad y la convivencia se fracturan.

Otras protagonistas, imprescindibles en la defensa de la vida digna contra el horror de la violencia extrema, son las madres de mujeres y hombres desaparecidos. Ellas son quienes han insistido en la aparición con vida; quienes, en su lucha por la verdad, han descubierto fosas clandestinas, algunas con miles de restos humanos; ellas quienes han insistido en la necesidad de darles identidad, de devolverles su pertenencia a una familia o comunidad. Muchas empezaron su tarea en soledad y poco a poco se fueron organizando en colectivos cada año más activos y visibles. Su tarea no es fácil: las autoridades suelen obstaculizarla y la sociedad no siempre las comprende y acompaña. Ellas, como las madres de jóvenes asesinadas o secuestradas por redes de trata, enfrentan muchas veces la estigmatización de vecinos o familiares que prefieren creer que la violencia sólo ataca  a quienes “están metidos en algo”.

La unión de éstas y otras voces, en esta historia social del presente, tiene una gran fuerza simbólica para las luchas por la vida digna en América Latina y en el mundo. Desde la guerra, éstas y miles de mujeres resisten y hablan por la paz.

 

Fuentes:

www.piedepagina.mx

www.periodistasdeapie.org.mx

 

REFERENCIA CURRICULAR

Lucía Melgar es crítica cultural y coordinadora para América latina de con la A.

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