Revista con la A

28 de septiembre de 2016
Número coordinado por:
Elvira Rilova
47

Gestión Cultural, Género y Feminismo

Crónica de una marea

Dante Anaya Salcedo

Dante Anaya Salcedo

En abril de este año, una serie de colectivas y espacios feministas comenzaron a utilizar la frase Marea Violeta para convocar a una marcha masiva contra las violencias machistas

Es raro que el nombre mediático de un movimiento coincida con su dinámica interna: pocas veces un hashtag es capaz de traslucir las complejidades de una organización. En abril de este año, esa extraña coincidencia ocurrió en México. Una serie de colectivas y espacios feministas comenzaron a utilizar la frase Marea Violeta para convocar a una marcha masiva contra las violencias machistas. La denominación fue precisa: una multitud de corrientes comenzaron a agitar las aguas turbias y estancadas de la ‘opinión pública’ local. Como nunca antes, el discurso feminista logró inundar los medios masivos de comunicación. Lejos de ese centro, en los pequeños espacios de organización, la marea también se dejaba sentir.

Como es costumbre desde hace algunos años, la convocatoria comenzó a circular en las redes digitales, sin que hubiera un sólo centro u origen. Pequeños debates comenzaron a aparecer a diario. Sobre los puntos fundamentales hubo consenso: la manifestación sería organizada de manera autogestiva, sin vínculos con ningún partido político. La consigna era clara: encontrarse para rechazar todas las formas de violencia heteropatriarcal; desde el acoso callejero -que algunos siguen llamando ‘piropo’-, hasta el feminicidio.

Pero, en otros asuntos, aparecían de repente debates tan risibles como arcaicos. En esos desacuerdos, creo, comenzó a notarse la fuerza que podía tomar la marea de abril. Quizá no sea de sorprender que esos disensos giraban, casi todos, sobre el papel de los hombres en la manifestación. La convocatoria era clara al respecto: la manifestación sería incluyente, pero cada contingente o colectiva podía decidir cómo marchar. Heridos en el centro de su narcisismo político, más de un protagonista se sintió ofendido. La marea violeta conseguía su objetivo: cuestionar los privilegios, también, de las élites de izquierda.

La marea violeta conseguía su objetivo: cuestionar los privilegios, también, de las élites de izquierda

Quizá no valga la pena repetir aquí los argumentos de quienes se sintieron excluidos. Resulta mucho más relevante recordar la fuerza con la que esa marea irrumpió para sacudir las formas más estratificadas del lenguaje político. El movimiento feminista -su discurso y sus formas de organización- demostraron estar, entonces, siempre un paso adelante: en primer lugar estaba la organización, el cuidado mutuo, la potencia colectiva. Los lugares comunes de la corrección democrática quedaban en segundo plano. A veces era incluso divertido ver cuánto costaba a algunos hombres permanecer callados y, simplemente, acompañar.

Una convocatoria digital detonó las comparticiones más intensas y relevantes. Alrededor del hashtag ‘Mi primer acoso’ comenzaron a recopilarse breves narraciones en primera persona. Fuera de la pantalla, la fuerza y la modulación de esas voces nos ayudó a escucharnos de otra manera, poniendo el cuidado mutuo en el centro. A poner en suspenso las categorías y hablar de qué significa caminar siempre con miedo por la calle, enfrentarse a diario con un agresor en un salón de clases, vivir bajo amenazas permanentes.

Para muchos hombres, el feminismo dejó de ser un simplemente un discurso crítico para convertirse en algo mucho más sutil y más potente: un acontecimiento vital, una cierta forma de hacer coincidir los afectos y lo político

Esas discusiones no se limitaron a los espacios digitales. Las corrientes, antes invisibles, emergían en cualquier momento, en cualquier lugar. Era difícil, entonces, hablar de otro tema y, como nunca antes, comenzaron a confrontarse nuestras formas de relacionarnos, de organizarnos, de cuidarnos. Para muchos hombres -espero-, el feminismo dejó de ser un simplemente un discurso crítico para convertirse en algo mucho más sutil y más potente: un acontecimiento vital, una cierta forma de hacer coincidir los afectos y lo político.

Así llegamos al 24 de abril; el día en que la marea, por fin, tocaría tierra. El contingente principal se concentró en la plaza mayor de Ecatepec, una ciudad al norte de la capital que, como Juárez, se ha convertido en el centro simbólico de la violencia feminicida. Allí comenzó una jornada llena de rabia y alegría; o, mejor dicho, marcada por la alegría que produce poder gritar, por fin, la rabia colectiva.

Así fue el trayecto desde Ecatepec hasta el corazón de la Ciudad de México: en coches, bicicletas y autobuses avanzamos poco a poco, entre el estruendo de las consignas y las batucadas. La mirada de los transeúntes, acostumbrados por décadas a las manifestaciones políticas tradicionales, era de extrañeza: estaban habituados, seguramente, a los colores de la política tradicional, y no al violeta que lo manchaba todo.

La manifestación fue multitudinaria y, como tantas otras, acabó en Paseo de la Reforma, una de las avenidas principales de la Ciudad de México. Una vez allí, sin embargo, no se leyeron pliegos petitorios, ni exigencias dirigidas al Estado. La relevancia de la marcha había sido su realización misma: mostrar, hacia dentro y hacia fuera, que la organización y el cuidado colectivo eran posibles.

Como toda marea, la violeta retornó al océano luego de tocar tierra. Después de las primeras planas, su presencia pareció apagarse en los medios masivos de comunicación. Pero su fuerza no ha cesado de encontrar otros archipiélagos; otros espacios de organización, más cercanos y, quizá más importantes, donde hacerse notar. Esos sitios son, por principio, irrelevantes para los medios tradicionales y para las formas más viejas de hacer y pensar la política: hace falta sumergirse más allá de las olas someras para darse cuenta que la marea violeta no ha dejado de vibrar.

 

REFERENCIA CURRICULAR

Dante Anaya Saucedo nació en 1990 en la Ciudad de México. Estudia la carrera de Filosofía y ha colaborado con ensayos y traducciones en diversas publicaciones.

 

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