Revista con la A

25 de enero de 2017
Número coordinado por:
Lucía Melgar
49

¿Qué presente y futuro para las niñas?

Cosas de niñas. Brenda Legorreta

Brenda Legorreta

Cuando era niña también fui niño. O sea, que fui niña y niño a la vez. En mi familia me dejaban vestirme libremente con pantalones y tirantes, como mi hermano, pero nunca me faltaban los moños grandes en mis peinados de colas de caballo o trenzas. Jugaba a las muñecas, pero igual a los G.I. Joe’s. Me entretenía haciendo la comida de plastilina para los bebés o colgando tirolesas hechas con hilo de coser para que los soldados escaparan del peligro.

Mi infancia transcurrió en la década de los ochenta en un multifamiliar en la ciudad de México con jardines enormes –o así me parecían–, en donde niños y niñas andábamos en bici o patineta por igual. Nos divertíamos juntos con las escondidillas, el bote pateado o policías y ladrones. Había ciertas actividades que a veces eran exclusivas de niños, como acampar en la camioneta de “El Barato” –cosa que jamás se me antojó hacer porque el olor que emanaba al día siguiente de ese coche era letal–, y otras de niñas, como el club que fundamos en un cuarto de la azotea llamado, “El Cotorro Vainilla”, en donde según nosotras hacíamos puras cosas de niñas: dibujar laberintos de arañas, arreglar un piano descompuesto, chupar la sangre de nuestras rodillas o intentar entrar a un departamento abandonado. Sin embargo, ningún espacio o actividad era explícitamente prohibido para nadie. De hecho, algunas tardes mi hermano la pasaba en el club. Al final de cuentas, él nos había revelado la contraseña de Contra para iniciar el videojuego con 30 vidas: arriba, arriba, abajo, abajo, izquierda, derecha, izquierda, derecha, B, A y start.

También de niña leí El diario de Ana Frank o Las aventuras de Tom Sawyer con gusto similar. Me era natural identificarme con personajes masculinos y femeninos a la vez: lo mismo quería ser Atreyu que la Emperatriz de La historia sin fin; Luke Skywalker que la princesa Leia. Por eso, me llamó la atención el otro día, cuando al salir hacia la comida familiar de Navidad, una vecina me comentara que “los hombres de su casa” se habían ido al cine a ver el estreno de Star Wars, Rogue One. Quise cuestionarla porque noté en su tono una cierta desvalorización hacia dicha “actividad masculina” frente a los ojos de su hija, pero preferí no hacerlo, como el buen Bartleby que soy, además de que llevaba prisa.

En el camino, pensé en la hija de mi vecina, hecha a un lado a los 10 años, sin la oportunidad de conocer a Jyn Erso, y justo ahora que las mujeres son las protagonistas de estas películas. ¿Habrá querido ir y la convencieron de que era cosa de niños?, ¿o ni se lo cuestionó porque cree que es una película “naturalmente” para ellos? Y por otro lado, ¿cuál será el plan de “las mujeres de la casa”?, ¿hacer galletas? No tiene nada de malo la cocina, así nació la vocación de mi gran amiga, ahora una chef reconocida, ayudando a su madre a preparar los platillos que vendía en las navidades para familias más acomodadas, es el hecho de imponer las actividades de la infancia desde una perspectiva de género excluyente lo que llamó mi atención.

Curiosamente, esa misma tarde, mientras las sobrinas abrían los regalos, mi madre contó que ella pidió durante toda su niñez a Los Reyes Magos una bicicleta que nunca llegó. Solía bajar las escaleras de prisa esperando ese obsequio frente al árbol. El problema no era un asunto económico, sino que Los Reyes consideraban que las bicis no eran para niñas. Imaginé su desilusión ante un juego de té, mientras sus hermanos estrenaban su vehículo sobre dos ruedas. Sobra decir que en la casa donde ella creció, estudiar tampoco era asunto de mujeres.

Así que propuse un brindis por esa bicicleta anhelada perpetuamente, pues si la infancia es destino, como afirmaba Freud, esto ayudó a que mi madre nos dejara transitar con libertad entre las fronteras preconcebidas del género. Es probable, a su vez, que vestirme con pantalones y tirantes de niña contribuyera a casarme con un hombre que sabe hacer arroz y lavar la ropa. Y que las tardes de mi hermano en “El Cotorro Vainilla” lograran que sus hijas, sin dudarlo, quieran ir a ver Star Wars.

 

REFERENCIA CURRICULAR

Brenda Legorreta nació en la Ciudad de México, en vísperas de Navidad, el 24 de diciembre de 1978. Es maestra en Letras Modernas (Inglesas) por la Universidad Nacional Autónoma de México (2010-2014), y licenciada en Comunicación por la Universidad Iberoamericana (1997-2001). En 2016 publicó, con editorial Uranito, la trilogía de cuentos para niños y niñas titulada Ivo, en donde explora un divertido juego de asociaciones semánticas y morfológicas para desautomatizar nuestra percepción del mundo y mirarlo con extrañamiento.

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